La transformación de la ciudad de Barcelona en espacios tematizados para el consumo turístico comenzó a planificarse en las primeras décadas del siglo XX. A pesar de ser un proceso propio de la actual sociedad de servicios, la burguesía catalana tuvo como objetivo colocar la capital en un lugar destacado dentro del mapa de la ciudades mediterráneas más atractivas. Para ello se propuso eliminar los conflictos sociales del centro de la ciudad y convertir la zona más representativa del casco viejo en un espacio monumental, repleto de elementos aparentemente antiguos. Sin embargo, la historia que los poderes locales reinventarían se limitaba al único período que el movimiento catalanista había definido como propio y genuino: la Edad Media. El interés por el pasado y por el patrimonio medieval iba ligado a la construcción de la identidad nacional, institucionalizando símbolos colectivos con los que el resto de la sociedad debía identificarse.