“La masculinidad busca mostrar potencia, aunque sea monstruosa”

Patricia Reguero
Pikara Magazine
18/05/2017
FEMINISMO
Violencia machista

Llega tarde y despacio. Sonríe, aunque no oculta cierto cansancio (“llevo hablando todos los días desde que llegué”, dice en una de la docena de conferencias en las que se la ha podido escuchar en Madrid, Barcelona, Sevilla, Málaga o Donostia). La antropóloga Rita Laura Segato (Buenos Aires, 1951) se acercó al análisis de la violencia contra las mujeres por un encargo del gobierno de la ciudad de Brasilia en 1993. Creyó que era un lugar de paso, pero el análisis de las violencias machistas la ha acompañado hasta su reciente jubilación.

Profesora de Antropología y Bioética en la Universidad de Brasilia hasta hace apenas unas semanas, directora del grupo de investigación Antropología y Derechos Humanos del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Tecnológicas de Brasil y doctorada en Antropología de Queen´s University of Belfast, Irlanda del Norte, Segato firma un buen número de obras y artículos entre los que se encuentran La escritura en el cuerpo de las mujeres asesinadas en Ciudad Juárez (2014), La nación y sus otros: raza, etnicidad y diversidad religiosa en tiempos de políticas de la identidad (2007) y Las estructuras elementales de la violencia (2003). La editorial Traficantes de sueños recoge en La guerra contra las mujeres (2016) sus artículos más recientes.

Te he escuchado decir muchas veces que la violencia de género es un tema que tú no elegiste. ¿Por qué te quedaste entonces?

Nunca quise profesionalizarme. No quiero y no acepto que se hable de mí como una especialista, como si esa fuera mi profesión. En el momento en que doy un paso hacia ese tema es por un pedido del gobierno de la Ciudad de Brasilia en 1993, cuando aparece un brote de violencia contra las mujeres en la calle y el secretario de Seguridad Pública de la ciudad de Brasilia pide que la Universidad responda qué está pasando. Entonces yo pensé que era algo excepcional. Que se iba a poner una solución a ese problema y podría volver a dedicarme a los temas clásicos de una antropóloga. Pero no pude nunca retirarme del tema hasta hoy. Todos los digas digo: esto es lo último, no quiero más trabajar sobre esto punto porque te va arruinando la vida. Pero nunca lo pude hacer.

La gente pregunta, la violencia contra las mujeres o la violencia de género -prefiero llamarla así, el concepto de género fue un hallazgo para poder hablar de una estructura que organiza los cuerpos desde un teatro de sombras y es una categoría muy útil- es enigmática.

Has aludido al asunto de cómo nombrar las violencias machistas. Feminicidio, femicidio, femigenocidio, violencia de género, violencia doméstica, asesinatos machistas, terrorismo de género… La violencia contra las mujeres está nombrada, está más que explicada y sin embargo percibes que va en aumento. ¿Hemos matado el tema con unos nombres?

Mi énfasis es en que nos acordemos siempre de que son nombres y todo nombre es siempre provisional. A veces tendemos a detenernos para discutir nombres y perdemos la realidad de vista. He sido muy crítica de la guetificación del tema género: no puede ser un tema de una especialidad, no puede ser un tema particular. Tiene que ser visto en conexión de un pensamiento complejo y con el momento histórico económico y político. Los nombres son formas de aproximarnos, de intentar capturar siempre de forma pragmática y transitoria la realidad.

Nombrar es importante, pero yo percibo un gran aumento de la violencia de género, no solo de los números, sino de las formas de la crueldad. Y eso es muy raro porque han proliferado las leyes, las políticas públicas, las instituciones, el debate público… sin que esto haya frenado la escalada, el avance de las formas de presión y maltrato. Vemos que lo que era impronunciable en el campo del Estado ahora no lo es: estamos viendo una política que expresa impunemente el desprecio por las mujeres. Trump desfila con su mujer como si ella fuera una especie de perrito atado a una colilla [correa], esto es un espectáculo público del abandono de ese momento en el que solo lo políticamente correcto era pronunciable. No me quejo porque creo que es un momento de más verdad. Pienso que lo políticamente correcto marcaba un deseo de un mundo mejor, pero servía para enmascarar lo que las personas tenían en su fuero íntimo.

Has mencionado al Estado como un agente en el que las mujeres no podemos confiar. ¿Nos tenemos que resignar a estar fuera?

¡No, no, no, no, no! Es que estamos acostumbradas a pensar que lo único que existe es el Estado. El Estado tiene el ADN de la historia de los hombres, no de la de las mujeres. La política de las mujeres se perdió en un momento en el pasaje a la modernidad. No estoy diciendo que haya que abandonarlo. Pero hemos puesto todas las esperanzas, todos los esfuerzos en el campo de pasar leyes, y nos hemos olvidado de la política vincular. Las leyes no necesariamente tiene un efecto en la vida real y en el comportamiento de las personas.

Argentina, Perú y Brasil han girado a la derecha en el último año y medio…

Y los Estados Unidos también.

Bueno, hablaba de América Latina y…

Una oportunidad interesante que tenemos en este momento en el presente es ver que el continente es uno solo.

Hablando entonces del continente, y teniendo en cuenta que en el 2017 habrá elecciones en varios países. ¿Crees que se va a consolidar ese giro a la derecha?

Ese giro a la derecha está muy bien planeado. En Brasil un golpe de Estado desplazó a una persona votada por 54 millones. En Argentina, por una pequeña porción de votos, ganó Macri. Pero no está gobernando de acuerdo al pequeño margen de superioridad que le dieron las elecciones, está gobernando entregando el país a una velocidad vertiginosa: su estilo de gobierno es un estilo golpista. Yo viajo mucho por el continente y veo un guion común de México a Argentina, y no puede ser coincidencia.

Ahí hay un plan de cambio de vida muy bien orquestado, con aliados locales y nacionales. Mi visión de la política es que el poder no puede ser observado, pero por el comportamiento, uno puede sugerir modelos de lo que está por detrás del observable. Entonces creo que en este momento tenemos una gran oportunidad, que es la oportunidad de ver una verdad que había sido escamoteada, que había sido ocultada, que había sido bien disimulada por los gobiernos Clinton y Obama, y que ahora emerge transparente. Al mismo tiempo que es una mala noticia, la buena noticia es que se ha vuelto evidente que todavía América es un continente en conflicto, que hay procesos de rapiña y apropiación en curso, sin disimulo.

Hablas de la violencia contra las mujeres como crimen “expresivo” por el cual los hombres muestran su poder. Es una violencia hecha para ser mediatizada y mostrada. ¿Cómo podemos los medios críticos cubrir esa violencia espectacular sin espectacularizarla?

Falta una discusión profunda de editores, de profesores de carreras de Comunicación… una discusión que sí hubo en relación al suicidio, que se sabe que es contagioso y mimético. Hay suicidios que son espectaculares y serían grandes noticias, pero existe un acuerdo entre los medios de no mostrarlo. La violencia contra las mujeres, y también la homofóbica, está en ese mismo lugar. También es contagiosa, también es espectacular, también puede ser transformada en espectáculo… pero no hay el mismo acuerdo que con relación al suicidio.

¿Ves claro que hay un efecto llamada?

Absolutamente. La violencia mediatizada muestra un sujeto potente. Un sujeto monstruoso, pero es un monstruo potente. Y lo que la masculinidad busca es la potencia, aunque sea monstruosa.

Nos vemos pasadas apenas 24 horas de las marchas del 8 de marzo, que esta vez has vivido en Madrid. ¿Cómo ha sido ese 8M?

Me pareció una marcha impresionante por la cantidad de gente, y además con características propias que tienen que ver con lo que estoy llamando un cambio en el paradigma de la política: una en la que las mujeres digamos cómo hacer política. Es un cambio que me parece muy interesante porque las formas patriarcales de hacer política mostraron su fracaso. Me parece que la política de las mujeres marcha hacia un mundo sin hegemonías. En la marcha había todo tipo de mujeres con infinidad de pancartas pequeñas. Eso me pareció interesante también, me pareció otra forma de política, en la que cada uno puso en su pancarta lo que quería decir. Inclusive yo inventé una: ‘Ningún patriarcón hará la revolución’. Sí, eso grité. Fue una marcha rizomática, o sea, sin cabeza, sin hegemonía. Por lo menos yo la viví así y me encantó.